Hundimiento de la CDMX: una ciudad que desciende sin detenerse
El hundimiento de la CDMX dejó de ser una advertencia académica para convertirse en una experiencia diaria para miles de personas. En 2025, los estudios más recientes confirman cifras preocupantes: la ciudad sigue descendiendo entre 10 y 30 centímetros por año, con zonas donde el hundimiento supera incluso los 40 centímetros anuales.
A lo largo de más de un siglo, la capital ha perdido entre 9 y más de 13 metros de altura acumulada. El motivo es conocido: debajo de la ciudad aún existen sedimentos del antiguo lago, que se compactan cada vez que se extrae agua del subsuelo. Esta deformación es irreversible y deja cicatrices visibles en el entorno urbano.
Zonas donde el hundimiento es más severo
El fenómeno es desigual. Mientras algunas zonas del poniente se mantienen relativamente estables, el oriente vive un proceso acelerado y continuo. Colonias de Iztapalapa, Tláhuac, Venustiano Carranza, Iztacalco y Xochimilco concentran los mayores descensos anuales.
Ahí las grietas en paredes, banquetas inclinadas, hundimientos irregulares y fallas en tuberías se han vuelto parte de la vida diaria. En varios barrios, los habitantes pueden identificar desniveles que no existían hace apenas unos años.
Impacto en el drenaje y en la vida cotidiana
El hundimiento de la CDMX también modifica la forma en que corre el agua de lluvia. Al cambiar las pendientes naturales del terreno, el drenaje se vuelve menos eficiente y se generan inundaciones en zonas que antes no sufrían este problema. En temporada de lluvias, un aguacero moderado puede ser suficiente para colapsar tramos completos del sistema de desagüe.
A esto se suman los costos en infraestructura: calles que deben ser reconstruidas, redes hidráulicas con fugas nuevas cada temporada y viviendas que requieren reforzamientos constantes.
Un desafío urgente para los próximos años
Especialistas advierten que, si no se reduce la extracción del acuífero y no se actualiza el sistema hidráulico, algunas colonias podrían enfrentar daños irreversibles en menos de una década. El riesgo no es solo estructural: está en juego la habitabilidad misma de amplias zonas de la ciudad.
Aun así, existe margen para actuar. La capital necesita avanzar en captación de lluvia, recarga del acuífero, nuevas fuentes de abastecimiento y una planeación urbana que considere los mapas de riesgo actualizados. Reconocer el problema es el primer paso para evitar que el hundimiento determine el futuro de la ciudad.
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